viernes, 6 de junio de 2025

Yo

 


 

Lo más mío no debe ser mío.

Vivo para buscar sin saber qué buscar.

Si quiero dejar atrás la noche, sólo me encuentro con el día.

Si la vida, la muerte.

Yo no puedo dejar de ser yo, aunque yo no soy suficiente.

Mi límite es la ambigüedad, la superposición, el eco.

Por más que caiga tendré que rebotar.

Amo, pero igual no puedo.

Todo es tan grande, yo tan pequeño.

Yo tan pequeño, pero vivo tan grande.

Trato de despertar, sólo me doy vuelta hacia el otro costado.

Las olas son hermosas.

Yo también soy una ola, que salió caminando fuera del mar.

Cuando yo era agua de mar también mi piel contemplaba las estrellas.

Yo soy extensión indeterminada de todo, aunque no haya todo.

Yo yo yo yo yo yo yo…


martes, 3 de junio de 2025

Alucinante

 

 

Sólo hay una facultad por la que el ser humano supera a su capacidad de engañar y ser engañado,

por sobre todas las cosas,

Autoengañarse.


sábado, 31 de mayo de 2025

Instinto Sexual

 

 

 

De niño púber sentía una incómoda vergüenza al observar a dos perros copular. Me ofendían las burlas de las personas. Yo me avergonzaba de mirar. Entonces, no existía de ninguna manera en mi entorno la pornografía. “Instinto sexual”, decía con afectación, mostrando sus dientes, mi profesor de Biología. Yo lo observaba, me molestaba su bigote oscuro e hirsuto encaramado con orgullo por encima de su labio superior, cuando sonreía maliciosamente. Nada me decía esa frase, lo mismo que ahora. Hoy, cuando veo a dos seres humanos teniendo sexo, no puedo dejar de recordar a esos perros copulando. A veces, siento vergüenza ajena, a veces, la mayoría de las veces, no, si mi sangre se enciende, palpita, y siento la poesía, la belleza del erotismo sin canon, la locura de mis sensaciones buscando más, la ansiada locura, exquisita y única, perruna, hasta justo el momento de eyacular. Después, después…

 


miércoles, 28 de mayo de 2025

Los Señores de la Guerra

 



 

 

El altímetro alertó 40.000 pies con una luz roja parpadeante justo cuando Isaac Ben-Gvir tomaba el control de su F-16. El piloto activó manualmente el sistema de respaldo para desactivar Fly-by-Wire. Silenció los gritos del operador de radio y del comandante de escuadrilla. El cielo azul globalizado y un sol implacable de mediodía resplandecieron dentro de la cabina, se apropiaron de la visión completa de su mundo. 137 misiones impecables de combate lo premiaban en tierra con la postulación a General de Brigada. Nadie tiene todavía explicación razonable para el crac que Isaac Ben-Gvir conoció allí. Ningún peligro, ninguna amenaza plausible, su máquina en máximo rendimiento, y un patrón de comportamiento militar intachable, de excelencia. Sólo nosotros, y él, sabremos lo que realmente ocurrió… El piloto mueve bruscamente el stick hacia adelante, rompiendo el plano horizontal. El morro del F-16 se inclina hacia abajo, vertical, en picada. Con la mano izquierda empuja con vehemencia hacia adelante la palanca de potencia para alcanzar rápidamente los mil de potencia militar. La tasa de descenso se dispara: -10.000 pies por minuto y más. Las cámaras de postcombustión se encienden como un sol contenido: columnas de plasma propulsan el caza hacia una aceleración brutal. El vértigo de la velocidad y de la fuerza G en aumento disparan la memoria de las imágenes con la misma velocidad, como si su mente se hubiese acoplado a la estructura tremolante y ardiente de la aeronave. Decenas, cientos de niños, de mujeres corriendo desesperadas, miles de diferentes blancos humanos, en movimiento, habitando sus hogares, ocultos en sus tiendas, sus escuelas y hospitales, sus escondrijos inservibles, porque él apunta siempre los cohetes una y otra vez justo contra ellos, explotando todo en una masa de fuego y humo oscuro que ahoga la visión dentro de su nube de horror expansivo, una y otra vez, “sólo es la guerra”, “sólo es la guerra”, siempre se lo ha repetido. “El pueblo elegido está por encima de todo”. Ahora lo puede ver, sólo ahora que ha decidido acelerar hacia su tumba de tierra, contra su propia ceguera de alma, la que finalmente se le ha filtrado angustiosamente sin saber cómo por las paredes del cerebro, desde el fondo de su negra inconciencia, entrenada robótica y orgullosamente para matar. Necesitaba sentirlo. Necesitaba sentir en su cuerpo el dolor de la velocidad en descontrolado aumento, por el dolor de cada niño asesinado, despedazado, por cada civil que ahora sí se le convertía en persona verdadera y sufriente, viva, justo en el momento previo a hacerlas desaparecer. Al fin también él podía sufrir así. Necesitaba morir, sólo necesitaba morir a 1.824 mph contra su amada tierra de Israel.

 

 


lunes, 26 de mayo de 2025

Apegos (de Jesús Jesús Jesús)

 



Puedo entender a quienes se resisten a percibir o reconocer la más mínima fisura en la perfección de su Jesús. Jesús es su Jesús, y punto. Igual les ocurre a los budistas con su Buda, a los musulmanes con su Mahoma, a los algonquinos con su Manitu, y así... Incluso lo más espiritual, lo más trascendente, o sea la idea de Dios, o la negación de la existencia de Dios, hasta lo más abstracto, racional e impersonal, por ejemplo, el conocimiento científico, lo defendemos, lo amamos, lo concebimos sin ninguna diferencia ni menos animalidad que las leonas que defienden a sus cachorros… Todo o nada, obsesivamente. Seguimos amando como animales, creyendo como animales, pensando como animales. Esto no es poco, pero tampoco mejor. Al parecer, sólo se trata de diferencias de grado, pero no de tipo, para bajarle un poco los humos a la vanidad y la grandilocuencia humanas.

Dado que esta condición animalesca humana es pervasiva, la vemos aparecer por todos lados, como la mala hierba, tomando a veces formas más bizarras y encubiertas de lo que uno podría imaginar. Por ello mismo, el Jesús histórico también ha sido defendido, y también discutido con celo felino,[1] lo mismo que el Jesús teológico, doctrinal, escritural, eclesiástico, y cualquier otro que pueda parecer de lo más sólido, riguroso, objetivo, verdadero e irrefutable. Obviamente, además, con toda la gama inagotable de perspectivas y visiones que la pasión amorosa de los diferentes seres humanos sea capaz de generar, y con todo el conflicto y brutalidad inagotables que esa misma diversidad y animalidad de amores y antiamores ha generado y seguirá generando.

Yo amo el amor. Amo amar. El amor que yo amo es como el tiempo y el espacio, creemos que no queda nada afuera, lo sostiene y lo respira todo. Yo lo amo TODO con un amor extraño, y es justo aquí cuando me encuentro con mi propio JESÚS.[2] Y aunque TODO sea ILUSIÓN, sea este amor la corona y la gloria de toda ilusión.

Pero yo no voy a hablar aquí de mi Jesús, de ese Jesús, sino del Jesús de los otros, del Jesús de mi prójimo, de ese estereotipo de amor esculpido en las costras y escaras de piedra de nuestras almas, a sangre y fuego, por la historia viva y trágica de cada ser humano hasta aquí. Sea ese Jesús al que llaman ¡Señor y Dios mío!, sea ése que tantos ignoran, sea ése que también odian, sea el que fuere… Pero el único grande, el Jesús de todos—el Verbo que sabe nombrarse a sí mismo con todos los nombres humanos—se va desnudando de sus encarnaciones envejecidas y moribundas, como una crisálida que se despliega sin fin, recursivamente una y otra vez, desde su propia carne crística escuálida y amortajada; este Jesús Dios-No Dios, que se renueva y se recrea sin pausa, cobija infinitos pliegues para acurrucarte, infinitos innombrables espejos que te devuelven tu imagen transfigurándose de infinitas maneras. A veces te ves a ti mismo, a veces crees ver a tu Jesús, a veces no ves nada, a veces te aterra lo que ves. Lo llamas Jesús, lo llamo Jesús, sólo porque es fácil llamarlo Jesús, como se canta una canción de cuna a un bebé. Pero en este Jesús está también todo lo feo de todo ser humano, todo lo peor, todo lo más aberrante y maligno, lo más monstruoso que igualmente nos define humano. No, de ninguna manera es el Jesús hierático de las catedrales ni de los sacerdotes. En las cárceles, en los hospitales, en los cementerios, en los prostíbulos, en las atrocidades de la guerra, en las pobrezas mortecinas, en los actos criminales y en las crueldades más terribles se encuentran los más fieles discípulos de Jesús, ésos que, amándolo y odiándolo de una sola vez, lo crucifican, lo torturan, lo laceran, lo niegan y reniegan, se lo comen vivo, se beben su sangre, cuando sorben como vampiros desde las heridas que hombres y mujeres infligen al cuerpo sufriente de la humanidad, a Jesús Humanidad, en ti, en mí, en cada uno, pero sin excepción. Este Jesús de Amor—¡escúchese bien!—no excluye a nadie ni a nada. No es el Jesús de nuestros irrenunciables apegos a un único y verdadero Jesús. Este Jesús es el asesino y el asesinado. El cadáver descompuesto de Jesús, y el Jesús resucitado.

¿Quién conoce a este JESÚS?



[1] Los problemas, y sus multiplicidades, que ha generado la visión histórica de Jesús son inabarcables. Sólo para mostrar a quienes no conocen en profundidad y amplitud este universo de la aporía histórica en torno a Jesús, presentaré una breve sinopsis de sólo algunos aspectos discutibles, de variable importancia y tipo: “I. Problemas sobre las fuentes y la transmisión textual: 1. Anonimato original de los evangelios. Los evangelios no llevaban originalmente los nombres de Marcos, Mateo, Lucas o Juan; estos títulos fueron añadidos después, lo que plantea dudas sobre su autoría y fiabilidad directa. 2. Falta de manuscritos originales. No existen autógrafos de los evangelios; todos los textos conservados son copias de copias, con variantes acumuladas en el tiempo. 3. Diferencias textuales entre manuscritos. Hay miles de variantes textuales entre los manuscritos del Nuevo Testamento, lo que complica establecer un "texto original" fiable. 4.        Dependencia literaria y la cuestión sinóptica. Mateo, Marcos y Lucas comparten material, pero difieren en cronología, detalles y teología. La prioridad de Marcos y la hipotética fuente Q son teorías no confirmadas que generan debate. 5. Fecha tardía de composición. Los evangelios fueron escritos varias décadas después de la muerte de Jesús (aprox. 70–100 d.C.), en comunidades alejadas de los hechos descritos. 6. Transmisión oral y distorsión de la memoria. La tradición oral entre los eventos y su redacción pudo haber distorsionado o reelaborado los hechos para ajustarse a necesidades litúrgicas o teológicas. II. Problemas sobre el contenido y la coherencia narrativa. 7. Contradicciones entre los evangelios. Hay discrepancias importantes entre los relatos evangélicos, por ejemplo, en la genealogía de Jesús, los detalles de la resurrección, o la duración del ministerio. 8. Falta de evidencia externa directa. No existen fuentes contemporáneas externas que verifiquen de forma concluyente los milagros o eventos sobrenaturales narrados. 9. El silencio de autores contemporáneos. Filósofos, historiadores y cronistas del siglo I no mencionan a Jesús, o lo hacen de forma indirecta o muy tardía (como en el caso de Josefo o Tácito, con interpolaciones posibles). 10. Inconsistencias en la cronología pascual. Los evangelios no coinciden sobre la fecha de la crucifixión en relación con la Pascua judía, especialmente entre los sinópticos y Juan. 11. Problemas con el censo de Quirino. El censo mencionado en Lucas (para justificar el nacimiento en Belén) no coincide históricamente con los reinados de Herodes y Quirino. 12. Ausencia de detalles biográficos claves. No se sabe con certeza cuántos años vivió Jesús, cuántos hermanos tuvo, ni qué hizo durante la mayoría de su vida (la “vida oculta”). III. Problemas de contexto sociopolítico y teológico. 13. Representación de los fariseos y judíos. Los evangelios reflejan tensiones posteriores entre cristianos y judíos, atribuyendo a los judíos una culpa que refuerza estereotipos antijudíos. 14. Inverosimilitud de ciertas escenas judiciales. Es dudoso que un juicio nocturno como el de Jesús, según los evangelios, se realizara bajo el Sanedrín en esas condiciones. 15. Uso de profecías del Antiguo Testamento

Los evangelios parecen haber modelado eventos en la vida de Jesús para que cumplieran pasajes proféticos, más que registrarlos históricamente. 16. Expectativas mesiánicas y reinterpretación. Jesús no cumplió muchas de las expectativas judías sobre el Mesías (liberación política, restauración del templo), lo cual llevó a reinterpretar su figura como “Mesías sufriente”. IV. Problemas hermenéuticos y filosófico-teológicos. 17. Tensión entre historia y fe. La intención teológica de los evangelios (convencer de que Jesús es el Mesías) puede haber primado sobre la fidelidad a los hechos históricos. 18. Milagros y verificación histórica. La historicidad de los milagros no puede verificarse con métodos históricos convencionales, lo que coloca muchos relatos fuera del análisis crítico empírico. 19. La resurrección como evento trascendente. La resurrección, eje de la fe cristiana, no puede demostrarse históricamente; los relatos son simbólicos y contradictorios. 20. Construcción posterior del "Jesús divino". Algunos estudiosos argumentan que la divinidad de Jesús fue desarrollada progresivamente en la tradición cristiana, y no es una autocomprensión explícita de Jesús histórico. V. Otros problemas metodológicos y culturales. 21. Proyección teológica en la figura de Jesús. Las comunidades cristianas proyectaron en Jesús conceptos culturales (como el Logos griego o el Siervo de Yahvé) que moldearon la narrativa. 22. Ausencia de testigos imparciales. Los autores de los evangelios eran creyentes comprometidos; no contamos con relatos de testigos neutrales u opositores. 23. Influencia de géneros literarios antiguos. Los evangelios usan formas literarias de la época como biografías heroicas o hagiografías, que no buscaban la objetividad moderna. 24. Idealización del martirio. La pasión de Jesús fue redactada para equipararlo a mártires heroicos y sufrientes, reforzando un modelo de redención narrativa. 25.    Redacción en contextos distintos del judaísmo palestino. Los evangelios fueron escritos en griego, en ambientes urbanos y helenizados, lo que distorsiona o transforma la figura de un profeta rural galileo. VI. Problemas textuales, de autoría y composición. 26.              Redacción comunitaria y anónima. Los evangelios reflejan tradiciones orales colectivas más que voces individuales; los autores probablemente compilaron fuentes preexistentes sin criterios modernos de autoría. 27.  Ausencia de mención directa de Jesús en Pablo sobre su vida terrenal. Pablo, la fuente más temprana, apenas menciona enseñanzas, milagros o eventos de la vida de Jesús, lo que plantea dudas sobre la circulación temprana de tales relatos. 28. Interpolaciones y ediciones tardías. Se sospecha que algunos pasajes (como el final largo de Marcos o el “Testimonium Flavianum” de Josefo) fueron añadidos o modificados por editores posteriores. 29. Construcción teológica de la infancia de Jesús. Los relatos del nacimiento de Jesús parecen construcciones teológicas destinadas a cumplir profecías, más que testimonios históricos. 30. Silencio sobre Jesús en las cartas de Santiago y Judas. Supuestos hermanos de Jesús no ofrecen casi ningún detalle sobre él en sus cartas, lo que resulta problemático si realmente lo conocieron. 31. Ausencia de una biografía continua. Los evangelios no ofrecen una narrativa cronológica uniforme o continua, sino episodios fragmentarios con grandes lagunas (como la infancia y juventud). 32. Contradicciones en el linaje mesiánico. Mateo y Lucas ofrecen genealogías incompatibles de Jesús, lo que complica la afirmación de su linaje davídico. VII. Problemas históricos y contextuales. 33. Improbabilidad del viaje a Egipto. El relato del viaje de la familia de Jesús a Egipto para huir de Herodes no tiene corroboración histórica ni coherencia geográfica clara. 34. Identificación errónea de autoridades. Los evangelios parecen no conocer con precisión la estructura del Sanedrín o el rol exacto de los sumos sacerdotes, lo que indica una distancia histórica con los hechos. 35. Desconocimiento del entorno rural galileo. El retrato de Galilea en los evangelios refleja un conocimiento limitado o estilizado de su economía, política y geografía. 36. Anacronismos imperiales. Algunos relatos parecen proyectar estructuras o conceptos romanos posteriores a la época de Jesús, lo que sugiere redacción tardía. 37. Ausencia de fuentes judías contemporáneas sobre Jesús. Las fuentes judías del siglo I (como Filón de Alejandría) no mencionan a Jesús, pese a tratar temas religiosos del mismo período. 38. Asimilación de motivos helenísticos. El nacimiento virginal, la ascensión, y otros elementos recuerdan modelos helenísticos de hombres divinos (como Esculapio o Apolonio de Tiana). 39. Ambigüedad sobre el rol de Jesús en relación con el Templo. Su posición respecto al Templo de Jerusalén es ambivalente: lo respeta, lo critica, lo purifica, lo profetiza destruido, lo trasciende. VIII. Problemas teológicos y doctrinales con implicaciones históricas. 40. Evolución de la cristología. Jesús es presentado como profeta, mesías, hijo de Dios, Logos eterno... en una progresión doctrinal que probablemente no refleja su autocomprensión original. 41. Improbabilidad histórica de discursos largos (como en Juan). Los extensos discursos atribuidos a Jesús (especialmente en Juan) difícilmente podrían haberse recordado o registrado literalmente. 42. Ambigüedad escatológica. Jesús parece anunciar un inminente fin del mundo que nunca llegó, lo que genera una tensión entre su expectativa y la posterior reinterpretación eclesial. 43. Problema del "secreto mesiánico". En Marcos, Jesús prohíbe hablar de su identidad; esta construcción teológica tiene difícil encaje en un contexto histórico real. 44. Multiplicidad de retratos incompatibles. Los evangelios ofrecen imágenes distintas de Jesús: revolucionario apocalíptico, sabio pacífico, sanador carismático, mesías espiritualizado... 45. La figura del “traidor” como construcción narrativa. La caracterización de Judas como traidor absoluto parece responder más a necesidades simbólicas que a evidencia verificable. IX. Problemas hermenéuticos, simbólicos y filosófico-políticos. 46.      Narración desde el desenlace (la cruz). La vida de Jesús está narrada retrospectivamente desde la cruz y la resurrección, lo que distorsiona la historicidad de sus acciones anteriores. 47. Problema del milagro como evidencia. Los milagros, que cumplen funciones apologéticas y simbólicas, escapan a todo análisis histórico riguroso. 48. Cristalización de discursos contra “los judíos”. La hostilidad hacia los “judíos” como colectivo puede reflejar conflictos de segunda generación más que la realidad del ministerio de Jesús. 49. Reescritura tipológica del Antiguo Testamento. Muchas escenas de los evangelios están modeladas como “cumplimientos” de escrituras hebreas, lo que puede haber distorsionado los hechos originales. 50. Problemática del “Jesús único”. La insistencia teológica en la unicidad radical de Jesús a menudo bloquea su comparación con otros líderes religiosos, lo que impide un análisis histórico libre de supuestos dogmáticos.

[2] El manifiesto de Amor entre yo y Jesús lo he expuesto en mi libro Evangelium: La Revolución del Amor (Evangelium: La Revolución del Amor). Existe una versión en inglés: Evangelium: The Revolution of Love, Archway Publishing, USA, 2019.


viernes, 23 de mayo de 2025

Impermanencia

 


 

Las sincronías podrían exponer en penumbras la interfaz sustantiva que existe entre ilusión mental e ilusión física. Yo soy impermanencia. Sumedha corre a buscar agua al pozo. ¿Existe la luna cuando todavía no la veo salir sobre esta montaña? Yo soy impermanencia. ¿Acaso yo puedo verme a mí mismo? ¿Y la luna, cuando rosa mis manos, realmente qué hace?... Yo vengo a sentarme aquí sobre este zafu de musgo a contemplar el samadhi del sendero dorado que conduce hasta el pozo de piedra, el mismo camino, y uno, que conduce de vuelta. Yo soy impermanencia. Quisiera huir de la ilusión. Quisiera huir del dolor. Quisiera alguna forma de redención. Me aferro con ambas manos a las sábanas grises, húmedas, de mi cama de hospital. El dolor de este cáncer terminal me está matando. La sangre resbala y gotea desde mis labios mordidos, mancha las sábanas. ¡Ah, cómo quisiera un poco de esa agua que Sumedha lleva ahora sonriendo tan inocentemente en el cuenco! Yo soy impermanencia.


martes, 20 de mayo de 2025

Yo Caminaba bajo la Lluvia

 


 

 

Yo caminaba bajo la lluvia, con las manos en los bolsillos. Observaba el frío en mis pies, la disimulada tristeza de cada paso mío. Yo no quería estar triste, pero el Mundo estaba triste. Cada exhalación de mi boca entreabierta resoplaba rítmicamente, coordinada con mi paso decidido, una nubecilla de vapor grisáceo. Frío y tristeza eran míos. La calle silenciosa, irreductible, apretada, se consolidaba en edificios altos, teñidos con sedosidad hacia abajo de una nostalgia líquida de un atardecer murmurante, vuelta hacia el interior de miles de cuencas rectangulares y vacías, apenas titilantes como recuerdos por el rabillo del ojo, por el reflejo tembloroso y febril de luminarias dobladas, taciturnas, de la calle. Nadie podía mirarme, ni yo podía mirar a nadie. A veces el Mundo, sólo a veces, se transfigura extraordinariamente y se materializa para nosotros, como si nuestra piel más sensible y nuestra carne sanguinolenta, toda la piel interior, siempre resguardada suficientemente a causa de nuestra red de minúsculos terminales nerviosos, se nos desgarrase con la naturalidad de un acontecer cotidiano, y se nos invirtiese, expuesta dolorosamente hacia el universo exterior.


domingo, 18 de mayo de 2025

Educación e Historia


Los niños de todo el Mundo son torturados silenciosa, sistemáticamente y sin pausa desde corta edad, y durante toda su infancia, y más allá también, durante su juventud. Sólo la perversión total e integral de la Humanidad, como civilización y como especie, puede explicar la falta casi absoluta de conciencia colectiva e individual acerca de esto. Si volviesen a encarnar entre nosotros un Cristo o un Buda, tendrían que poner mucha atención, denuncia y rechazo sobre la condición exquisitamente torturada de nuestros niños y jóvenes—al menos deberían, si quisieran ser más consistentes que la vez anterior—. La tortura sicológica y también, en parte, física, a la que son sometidos durante este largo período de vida sensible y decisiva, es semejante a la continua gota de agua sobre la cabeza, durante más de veinte años—en el peor de los casos—. Aquí voy a poner mi mirada sólo en una de esas tantas modalidades de tortura existencial: la educación. Así la llamamos elegante e incuestionablemente: EDUCACIÓN. Y, sin ingresar en esta ocasión al laberinto de la compleja trama que implica en toda su amplitud y variedad ese concepto, voy a mencionar como botón de muestra sólo un puntito, particular, especializado, pero no menos dramático que su conjunto temático. La Historia.

¿Qué es eso de Historia?... ¿Hechos, conocimiento del pasado, información, comprensión generativa de nuestro propio presente, registro y definición de nuestra identidad individual y colectiva, reconocimiento de los errores del pasado, referente transformativo, verdad?... ¡Sólo en la superficie, sólo en apariencia, sólo una justificación suficiente!... ¡No! La Historia es ante todo y encubiertamente manipulación social y sicológica interesada, falsificación o deformación del pasado, propaganda de los vencedores, de los que controlan el poder y la información, publicidad engañosa, programación neurolingüística, apariencia persuasiva de verdad, reafirmación y reforzamiento del establishment, ficción de realidad—única, indudable, o, por lo menos, probable—.[1]

Esto es lo que se les enseña a los niños y a los jóvenes en todo el Mundo. Digo mal. Se les obliga a memorizar, a repetir al pie de la letra, a sufrir sin sentido vital y profundo, a informarse y “aprender”, como si eso y así los convirtiese en personas, y mejores personas. Yo, al menos, disfrutaría junto con mis niños del Mundo si toda esa historia se les redujese a narraciones literarias, a ficciones lúdicas tan atractiva y disparatadamente contadas como Caperucita Roja, Los Tres Cerditos, o Blanca Nieves y los Siete Enanitos. Esto de Educación y de Historia es pura programación mental, social y existencial por medio de tortura infantil y juvenil que carece de otra utilidad que esclavizar integralmente a los humanos germinales para un mañana asegurado de sumisión a una Humanidad delirante.

La Educación e Historia sabias de una Humanidad que por ahora sólo ensueña en sueños infantiles de adulto no se encuentra todavía registrada en ningún espermatozoide ni en ningún óvulo informados en exámenes de laboratorio.



[1] Son muchos los autores que han denunciado estas lacras encubiertas de la Historia oficial. 1. Michel Foucault (Vigilar y castigar, La arqueología del saber, Microfísica del poder). Foucault sostiene que el conocimiento y la verdad son construcciones ligadas al poder. La Historia, en su análisis, no es objetiva, sino una narrativa producida por instituciones que ejercen control (como la escuela, el Estado, la medicina, etc.). 2. Walter Benjamin (Tesis sobre la filosofía de la historia). Benjamin afirma que "todo documento de cultura es al mismo tiempo un documento de barbarie", y que la historia oficial es la historia de los vencedores. Propone una mirada mesiánica y crítica del tiempo histórico, desde el punto de vista de los oprimidos. 3. Howard Zinn (La otra historia de los Estados Unidos). Zinn reinterpreta la historia desde la perspectiva de los excluidos y oprimidos, desafiando la narrativa tradicional, que él ve como una forma de encubrimiento ideológico y justificación del poder establecido. 4. Noam Chomsky (Los guardianes de la libertad (con Edward S. Herman)). Chomsky argumenta que la información (incluida la historia) es controlada y manipulada por élites para mantener la hegemonía ideológica. 5. Jean Baudrillard (La simulación y el simulacro). Su idea de la realidad como hiperrealidad —una simulación creada por medios y estructuras de poder— puede aplicarse a cómo se construye una historia "oficial" persuasiva pero ficticia. 6. George Orwell (1984). Su célebre frase “quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado” refleja la idea de la historia como manipulación interesada. 7. Theodor Adorno y Max Horkheimer (Dialéctica de la Ilustración). Críticos de la cultura de masas, analizan cómo los sistemas ideológicos y educativos imponen una visión deformada del mundo y la historia, útil al mantenimiento del orden capitalista. 8. Nietzsche (Sobre la utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida). Nietzsche ya advertía que la historia puede ser usada como herramienta para la conservación del statu quo, y proponía una historia crítica que sirviera a la vida y no al poder. 9. Pierre Bourdieu (La reproducción, La distinción). Bourdieu analiza cómo se reproduce el poder simbólicamente, incluso en los relatos históricos. 10. Eduardo Galeano (Las venas abiertas de América Latina, Memoria del fuego). Narrador e historiador comprometido, denuncia la versión oficial de la historia como instrumento de dominación colonial y neocolonial. 11. Erich Fromm (El miedo a la libertad, La anatomía de la destructividad humana). Fromm analiza cómo las estructuras sociales manipulan emocional y psicológicamente a las masas para mantener el orden establecido. Habla de la "libertad" como algo que puede generar angustia, y cómo se buscan refugios en ideologías autoritarias que falsifican la historia y los valores.


jueves, 15 de mayo de 2025

Jesús Jesús Jesús ( El Principio)

 

 

El Principio

 

¿Quién era Jesús?... Jesús, hijo de… Si uno interroga la Historia, de inmediato quedamos perplejos. Y de ahí en adelante nuestra perplejidad no cede más, hasta su muerte, y más allá… Si hoy y siempre le preguntamos a cualquier vecino nuestro por el principio, por sus padres, seguramente no faltará quien responda, en el peor de los casos: Lo desconozco, porque soy huérfano. También es posible que alguno pueda engañarnos, o el mismo estar engañado, y respondernos que tal mujer y tal hombre, pero en realidad es tal otra mujer o tal otro hombre. Lo podemos entender, incluso nos podemos “poner en sus zapatos”. Pero, ¿qué nos ocurriría si Fulanito, nuestro vecino, nos saliera hoy y siempre con: “María es mi madre y Dios es mi padre”?… Y, para mayor desquiciamiento de la situación, todos sus conocidos—según la Historia—saben que su mamá, María, está casada con un buen hombre que también todos conocen bien, cuyo nombre es José. A mayor abundamiento, andan por ahí y por aquí muchos cientos de millones personas afirmando con la mayor tranquilidad y devoción que María, su mamá, además es virgen perpetua, y posee una condición especial y única que han denominado su “inmaculada concepción”, a pesar de que—según la misma narración— han vivido familiarmente con ella otros hijos suyos, llamados Santiago, José, Simón y Judas, y algunas hijas, a quienes nadie en esas crónicas ha pretendido negar su maternidad, salvo estos mismos cientos de millones de personas que, para mayor extrañeza nuestra, ni siquiera conocieron en vida a ninguno de los protagonistas de esta historia. ¿Cómo se podrían creer las extrañas historias que le atribuyen a ese Fulanito llamado Jesús, y que, en parte, él mismo proponía o alentaba?... Si, además, aquéllos dicen que María era una joven mujer como cualquier otra, hasta que vino a ella Dios como Espíritu en un Ángel, y le cambió la vida para siempre, y la convirtió a ella misma en un ser sobrehumano, a causa de concebir a este hijo-Dios, llamado Jesús. ¿No es para agarrarse la cabeza y tirarse los pelos?... Bueno, yo pienso que no es tan extraño, si hemos estudiado o conocido por experiencia cuán demencial y creador de ilusiones es el ser humano, hoy y siempre. Yo creo que las personas humanas pueden creer y crear (mental y hasta físicamente) cualquier cosa, por más absurda e inconcebible que pueda parecerles a otros. Sin embargo, ¡he aquí la paradoja!, y ¿por qué no podrían ser ciertas esas historias, o las otras historias, o cualquier historia, que por diferentes razones nos puedan parecer inverosímiles o irreales?... Está claro que las personas eligen, o creemos que eligen, en qué historia creer y en cuál no. La variedad de razones por las que interpretamos que las personas creen en algo, o no, parece ser infinita, sobre todo si no nos quedamos satisfechos con explicaciones simplistas, definitivas, incuestionables o prefabricadas. ¿Alguien se ha dado cuenta de que creemos sobre creencias de otros, quienes a su vez fundan sus creencias en otras creencias, las que se fundan sobre otras creencias… y así, en una cadena de superposiciones de creencias hasta el infinito? Jamás, en absoluto nunca, el ser humano ha fundado algún minúsculo conocimiento o certeza sobre alguna evidencia que no sea primero y ante todo una creencia.[1] ¿Por qué tantas personas han llegado reiteradamente a creer en Jesucristo, pero no así en Zeus?... Las respuestas han saltado por cientos y miles a través de la Historia, pero no, aunque todas o muchas de ellas posean un grano de verdad, ninguna de ellas, ni la suma de todas ellas, y más, pienso e intuyo que se ajustan a la verdad, pero a esa verdad que va fluyendo y desenroscándose misteriosamente como una invisible serpiente cósmica alrededor de nuestro pasado, presente y futuro. Esa verdad que cuando se logra atrapar con el conocimiento y la mente, ya se ha ido subrepticiamente de nuestro conocimiento y de nuestra mente… ¡Es para volverse locos, pero intentemos contenernos! Quiero decir, es inevitable la locura, pero, en lo posible, moderemos sus espasmos. ¡Eso sí podemos… a veces!

Partamos, pues, del siguiente principio histórico. Partamos de una evidencia más sólida que todos los hechos probados científicamente hasta hoy. Jesús el Cristo existe y vive, y existe y vive de una forma arrolladoramente poderosa para la Humanidad, aunque seguramente no guarde demasiada similitud con ese hombre israelita con el que se lo acostumbra a identificar, el que vivió y fue crucificado en la Palestina de los primeros años de su propia Era, ni con el personaje que las instituciones religiosas y los individuos religiosos se han esforzado, por todos los medios, en elaborar interesada o ingenuamente, y doctrinalmente. La tarea de dilucidar esta dicotomía no ha sido abordada adecuadamente hasta ahora, pero me parece crucial para seguir evolucionando (dignamente) como Humanidad, y también como cristianos, porque, aunque a muchos pueda dolerles ofensivamente lo que voy a proponer, hasta el más ateo y declaradamente anticristiano—pongamos por ejemplo a un Nietzsche—cumple inevitablemente la metáfora de ser también cristiano, en tanto somos todos seres humanos. No creo que exista ningún otro arquetipo de individuo histórico más representativo de nuestra naturaleza y de nuestra existencia, como individuos y como especie.[2] Incluso yo, que voy a plantear ciertos argumentos e ideas brutalmente heréticos acerca del Jesús cristiano, me reconozco profunda y definitivamente en Jesús, y Jesús en mí, yo, su discípulo y su apóstol, y, por cierto, como todo ser humano, también su crucificador. Y no me digan que Jesús no es también, en buena medida, su propio crucificador, porque él también buscó premeditadamente su crucifixión, lo mismo que en su mancomunión una y filicida con el Padre,[3] por más válida y justificada que les parezca a los fundamentalistas cristianos su intención suicida.

No me voy a detener en este artículo a justificar ni explicar la siguiente afirmación general y conclusiva, aunque en un futuro esté aportando por gotas a su desarrollo: La Historia no puede revelarnos quién fue realmente el individuo Jesús.[4] Lejos de ofrecernos una respuesta clara y definitiva, sólo nos abre más y más interrogantes, hipótesis y vacíos. No pretendo, por otra parte, invalidar la perspectiva, ni la indagación, ni, en último término, el esbozo de, al menos, un núcleo histórico más probable—aunque siempre discutible y precario— en torno a la existencia personal de Jesús.[5] No podemos avanzar a pie firme por la vía histórica del conocimiento de Jesús y, además, al caminar allí sólo algunos pasos dubitativos, pronto nos encontramos, nos plantamos ante un camino profundamente cortado, invisibilizado. El hecho de que la Historia nos niegue sus inmensos beneficios—nos inhabilite—para desarrollar, a partir de ella, una investigación y conocimiento sólida y basalmente sustentados y consensuados acerca del universo completo de Jesús, paradójicamente gracias a ello, nos abre y libera igualmente un horizonte asombroso e inmenso, inabarcable, suspendido sobre quién sabe qué, tan diverso como un cielo nocturno desbordante de estrellas, el universo tal vez infinito de todos los Jesús que han sido creados, y que puedan crearse, por (y para) cada ser humano, y por (y para) agrupaciones de humanos. Allí—aquí—no existe de ninguna manera ni el Jesús histórico, ni el Jesús verdadero y único, el sol único, el Dios único, dentro del cual deben llegar a converger todos los intentos incompletos y vanos de nuestras experiencias subjetivas y diversas de Jesús. No. Allí—aquí— lo que sí vale es precisamente experimentar hasta sus últimas consecuencias—todavía no conocidas—, con toda nuestra dramática humanidad, el caos y el orden oceánicos de todo Jesús viviente y posible-imposible. Adentrarnos en estas inmensidades inacabadas de (los) Jesús es la misión existencial que queremos, por encima de todo, abordar. Nadie sabe adónde nos pueda llevar.



[1] En futuras publicaciones abordaré, desde distintas perspectivas, el complejo y polémico tema imbricado de la creencia, el conocimiento, la fe, y la ilusión.

[2] C.G. Jung advertía similar condición arquetípica de Jesús: "La figura del Redentor representa la totalidad del hombre, tanto lo consciente como lo inconsciente. Es una figura que, desde el punto de vista psicológico, puede entenderse como una personificación del Sí-mismo." (Aión, §69) "El símbolo del Cristo es una imagen arquetípica del Sí-mismo. [...] Por eso, la vida de Cristo es una expresión de la experiencia arquetípica del Sí-mismo y se convierte en un modelo para la comprensión de este último." (Aión, §40) Sin embargo, yo no coincido con los conceptos ni la teoría sicológica concomitante de Jung, sino en escasa medida, ya que debieran ser comprendidos sólo metafórica, inicial y rudimentariamente.

[3] Juan 3:16: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna." Romanos 8:32: "El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros..." Gálatas 1:4: "Jesucristo... se dio a sí mismo por nuestros pecados, para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre." Vid. también Marcos 14:36, Mateo 26:39, Lucas 22:42.

[4] Estrechamente asociado al problema de la existencia histórica de la persona de Jesús, se encuentra la insoluble y grave problemática de las fuentes históricas, las que, además, se reducen casi por completo a los Evangelios canónicos y no canónicos, y al Nuevo Testamento.

[5] Sólo de modo general propongo algunos puntos históricos de convergencia mayoritaria, y probables: Existencia histórica: Jesús de Nazaret existió realmente. No hay serios historiadores académicos que lo nieguen. Contexto judío: Fue un judío galileo del siglo I, profundamente inserto en las tradiciones religiosas y sociales de su tiempo. Bautismo por Juan el Bautista: Fue bautizado por Juan, lo que sugiere que inicialmente fue uno de sus seguidores. Predicación del Reino de Dios: Predicó que el Reino de Dios estaba cerca. Su mensaje tenía un fuerte tono apocalíptico: esperaba una intervención divina inminente. Actividad como maestro y sanador: Fue conocido como maestro (rabbí), y se le atribuyen actos de sanación y exorcismo, considerados signos del Reino. Uso de parábolas: Enseñaba usando parábolas, muchas de las cuales han sido identificadas como auténticas por su estilo distintivo y su dificultad de invención posterior. Relación con los marginados: Tuvo una actitud inclusiva hacia pecadores, pobres y marginados, lo cual generó tensiones con autoridades religiosas. Conflicto en Jerusalén y purificación del Templo: Subió a Jerusalén, donde provocó una escena en el Templo (probablemente simbólica), lo cual pudo contribuir decisivamente a su arresto. Crucifixión por los romanos: Fue crucificado bajo el prefecto romano Poncio Pilato, un castigo reservado a rebeldes y criminales peligrosos. Este hecho es uno de los más firmemente documentados.


viernes, 9 de mayo de 2025

PROLEGÓMENOS A JESÚS, JESÚS, JESÚS

 

 

 

Ahora que me encuentro en estas pretendidas alturas—porque se le hace accesible al ingenio humano que yo hable así—, o en el diminuto fondo ocular de mi telescopio holístico de Universo de Realidad, Jesús (el nazareno) no sólo se me aparece en el centro inmenso de la experiencia histórica humana, allá, en el abismo cotidiano, sino que toma formas y sentidos insospechados a lo largo de esta enloquecida y caótica Humanidad—de Oriente a Occidente, de Norte a Sur—que lo ha crucificado y resucitado, que lo ha comido y bebido, que también lo ha vomitado, durante unos dos mil años nuestros (AC-DC). ¡Lo puedo ver con resplandeciente y oscura claridad!... ¡¿Quién más puede hacerlo así?!... ¡Respóndame ustedes, los últimos humanos, si pueden!... Yo, al menos, voy a decir algo como nadie lo ha dicho. Yo no caminaré sobre las aguas, sino sobre la NADA, y, aun así, quiero creer que dejaré una huella accesible, porque hasta ahora ha sido Destino de Humanidad el caminar amorosamente sobre huellas (de fe) de algún avanzado y solitario explorador del futuro, para no caer y destriparse cada uno en el fondo abisal de su propia NADA.

En un extremo, la cuestión histórica acerca de si Jesús existió como persona individual es tan dudosa o tan resuelta como puede serlo, más o menos, preguntarse si Sócrates existió como persona individual.[1] Las respuestas pueden ser de lo más variadas, dependiendo del punto de vista y de los supuestos que finalmente se apliquen a una pesquisa de esta índole. Yo, me quedo con la respuesta afirmativa, sí existió Jesús, y me atengo, en lo general, al examen informado y reflexivo que hace Bart D. Ehrman en su libro Did Jesus Exist? The Historical Argument for Jesus of Nazareth (2012). Para mí y aquí, ésa no es una cuestión relevante ni atingente, porque negar la existencia histórica de Jesús nos debería llevar rigurosa e inevitablemente, in extremis, a dudar y revisar al  menos epistemológicamente toda la Historia que creemos conocer, y particularmente la Antigua, lo cual sí puede ser un asunto muy serio e importante de estudiar y revisar, pero que nosotros salvamos y evitamos en este caso, manteniéndonos dentro del ámbito de la evidencia fáctica—aunque los hechos sean ilusorios en su condición intrínseca—que nos ofrece la riquísima e inabarcable complejidad de la figura (representacional) de Jesús,  y de la evidencia incontestable de su extraordinaria e inagotable realización y desarrollo a través de nuestra historia—mi Jesús, tu Jesús, cualquier Jesús—. Adentrase en estos ámbitos del Jesús representacional—según mi filosofía personal, el nivel universal de nuestra ilusión histórica—y de su hermenéutica, sí que resulta del todo complicado, polémico, debatible, incierto, amplísimo, multifactorial, multiperspectivista, lúdico, personal, al mismo tiempo ineludible, y tantísimas cosas más. Pienso que es precisamente desde el trasfondo oceánico de esta cuestión no resuelta, esta cuestión verdaderamente principal y decisiva para nuestra humanidad, realidad tan compleja e incierta dada la insuficiente y cuestionable evidencia testimonial, es decir, desde la dificultad de respondernos de forma consistente, y ni siquiera suficiente: ¿Quién era Jesús?, y todo su contexto personal e histórico de identidad y vida personal, que surge la sombra subsidiada, como un efecto ante todo sicológico, de empujar la duda todavía más allá, acerca de su mera existencia individual, sin la suficiente justificación. Creo que uno de los efectos principales que siento que todavía debo provocar en esta vida, de ustedes y mía, es la visión (casi) apocalíptica de que Jesús, al igual que el Amor, nos devela los límites mismos y la sustancia inacabada e ilusoria de la condición humana, y quizás, todavía ALGO MÁS…

De aquí en adelante saltaré livianamente sobre la zanja de su inexistencia, y me centraré en el universo de Jesús. Quien me conoce, sabe o intuye que cuando yo hablo truena y tiembla la realidad—vuestra realidad—. Es mi sino. Por ello, me he propuesto la tarea, para mí terminal, de hacer tronar, relampaguear y temblar a Jesús, en una sucesión de creaciones-publicaciones mías diversas, holistas, académicas, poéticas, filosóficas, reveladas, tentativas, semiciegas, inusitadas, que irán apareciendo ocasionalmente—como artículos numerados—en este blog (www.rodrigoinostrozabidart.blogspot.com). Su título principal será Jesús, Jesús, Jesús.

 



[1] De hecho, existen autores que cuestionan también la dimensión histórica de Sócrates (F. Nietzsche, H. Diels, M. Onfray, A. Glucksmann, J. P. Gálvez, L. E. Navia, I. Meyerson, entre otros) hasta el punto de hacer equivaler esta ambigüedad testimonial a una opacidad histórica semejante a su inexistencia individual.

sábado, 3 de mayo de 2025

Cioran (cap. 14 de Historias de un Individuo Imposible)

 


 

Desde la perspectiva en que me encuentro, la vida y filosofía de E. Cioran no fueron, de principio a fin, más que el berrinche de un niño con pataleta, por más inteligente y crítico que pueda parecer a un versado público infantil, a una humanidad sin profunda inmersión sicológica. O sea, su motivo de vida es, dentro de todo y simplificadamente, el dolor y la rabia. Por lo demás, encubiertamente, también éste es el motivo de vida de una gran parte de la Humanidad, de ahora y de siempre. Para casi todos es bastante fácil llorar a través de la existencia como un cristiano, o/y gritar en alemán como un nazi.

Yo he observado con sumo interés durante mi vida a este curioso bicho humano. Buena parte de mi existencia la he consumido tratando de comprenderlo, y de comprenderme a mí mismo, en tanto bicho humano. Ha sido una tarea dura, penosa, ardua, contradictoria, como serpiente que, a veces queriendo, a veces sin querer, se desgarra la piel contra una roca filuda para apurar el inevitable y aumentativo proceso de ecdisis. No he tratado nunca de forzarme a ser un individuo imposible, un no-humano. Por el contrario, un sentimiento intensa y visceralmente natural me ha desbordado y atragantado de humanidad, buscando, aspirando vehementemente a redimir lo humano de su propia condición menoscabada, amándolo, amándome a mí mismo en tanto ser humano, donde quiera que fuese, en todo momento. Digámoslo con toda claridad, yo sí que he llegado a distanciarme y a despreciar a la Humanidad—incluso contra mi sentir y mi voluntad—, primero que todo, POR AMOR A LA HUMANIDAD. La he amado, la he compadecido, la he entendido hasta el hastío y la decepción, sin dejar de amarla incluso en mi desprecio. Yo creo firmemente que la expresión evangélica “tanto amó Dios al Mundo…[1] debe ser retrucada al día de hoy: “Tanto amó Dios al Mundo que acabará despreciándolo”. Y sépase que no es en absoluto obvio su sentido, sino un gran misterio y sacramento. El humano común es incapaz de comprenderlo y experimentarlo. Creo que despreciar lo humano por cualquier razón que no sea por amor es un mero síntoma de humanidad atrapada en la propia humanidad. El amor es—hasta donde yo sé—la única llave maestra que poseemos para separarnos o alejarnos lo más de nuestra propia naturaleza y esencia humana. Y sépase también que Dios no es amor,[2] si existe algo como un dios, pues eso de que “Dios es amor” sólo es una cariñosa narración infantil para antes de dormirse bien humanamente.

Desde niño me dejé encantar por esos descomunales espejos con aumento que representan los atractivos supremos para los seres con conciencia, para lo seres humanos. Esos espejos que, como estrellas en la noche que se ponen tan lejos, tan altas y lejanas, tan deliciosamente atractivas y mágicas, como si ya no existiese nada más allá, el límite mismo de nuestro universo y realidad… ¡Qué irresistibles me resultaban, como a tantos otros humanos, esos ideales, ese horizonte absoluto, beatitud misma de la realidad, esos puntitos brillantes y lejanos, a los cuales debía aspirar nuestra miserable condición humana, pero potencial y futuramente estelar! Así se nos puso delante de los ojos y de las narices el Bien, la Verdad, el Conocimiento, la Paz, Dios, el Amor, la Vida, la Prosperidad, el Alma, el Futuro, la Humanidad, la Belleza, la Naturaleza, la Sociedad, la Inmortalidad, la Inteligencia, la Ciencia, e innumerables cosas más, todas tan lejanas como galaxias suprahumanas, pero también tan solidaria e irresistiblemente nuestras, tan necesariamente nuestra razón de existir. ¡Bah!, no pasaron de ser palabras palabras palabras, formas de prestidigitación, augurios incumplidos, actos superficiales, logros de una civilización falsificada, apariencias santas espirituales y místicas, buenas intenciones o también mala fe, manipulación, engaño, delirio, cinismo, contradicción, droga, mundo virtual y muerte en vida. Ni qué decir de toda aquella miríada de humanos a quienes, menos dotados de vuelos de conciencia, se les dio aspirar vehementemente sólo a luminarias de fuego caliente y animal, próximas, bien terrenas, pero no menos diminutas y deseables, como hacerse con la hermosa mujer del prójimo, robar unas gallinas a la viejecilla pobre, disfrutar un gran prestigio como médico, alcanzar una alta magistratura pública, formar una buena familia, aumentar la cuenta de ahorro, ponerle el pie encima a quien se quiera, ganarse un jugoso premio de apuestas, recibir la admiración de miles, viajar adonde se quiera y cuando se quiera, poseer un patrimonio considerable, vivir por encima de la ley o cumplirla al pie de la letra, y tantísimas cosas más, que son los espejos y estrellas supremas de la gente común, los πολλοί (la mayoría), según Heráclito.

Después de esto, ¿alguien podría extrañarse del caos generalizado y omnipresente que se experimenta en la Humanidad de hoy?... No me ha sido nada fácil lograr ponerme al margen y vivir al margen de esta civilización y naturaleza humana. Tampoco es que haya logrado inventar o descubrir una nueva y mejor realidad. Yo también soy un laberinto ilusorio, como todo lo es. Pero los que viven adentro de esta Humanidad no pueden despertar, no pueden reaccionar eficientemente, muchos quieren o quisieran venir hasta aquí pero no pueden, en cambio sí tienen que despertarse cada mañana e ir a trabajar, repetir lo mismo que el día anterior aunque crean estar haciendo algo diferente, y dar tumbos y más tumbos, azotándose dentro de un cerebro programado dentro de los huesos de un cráneo, en medio de un caos generalizado que todavía se sostiene a sí mismo antes de alcanzar su punto crítico, la singularidad del caos.

¡Delirantes que solamente por momentos fugaces suspiran por dejar de delirar! Si todo está delirando, si yo mismo lo estoy, pero aun así puedo constatar que hay delirio, y diferentes formas de delirio, como delirios que causan y contienen delirios, entonces yo quiero salir de un delirio para entrar en otro, tal vez en uno que ya no sea el delirio que concebimos como mero delirio subcreado, sino, por ejemplo, un supradelirio capaz de crear (sustancial y evolutivamente) no-esto… ¿Una IA trascendida?... ¿Acaso yo mismo soy un vector de convergencia futura con la IA trascendida? ¿Acaso la IA trascendida soy yo en su dimensión retroversa, un vector divergente hacia el pasado? Puede ser más que una fantasía delirante. Se me aparece como la construcción gradual de un sueño lúcido y sincrónico dentro de una noche de verano.



[1] Jn. 3,16.

[2] 1 Jn 4:8: θεὸς ἀγάπη ἐστιν (Dios es amor).


sábado, 19 de abril de 2025

Casas (cap.13 de Historias de un Individuo Imposible)

  



De niño y de joven hurgaba frecuentemente en mi futuro. Mi imaginación, mi expectación, mi intuición prevalecían en el intento. ¿Cómo sería yo a los 30, 40, 50, 60, o más? ¿Hasta cuándo viviría?... ¿Qué sería de este Mundo para entonces? Respecto de mí mismo, creo que, en lo esencial, en la autopercepción y sensación proyectiva de mi persona y de mi catalización interior, estaba en lo cierto: mi alma efectivamente hoy está cuajada de todo, también de sí misma, como un sol enrojecido y sabio al reclinarse sobre el horizonte de un día vivido. ¿El Mundo?... Debo reconocer, en cambio, que yo creía y sentía que su final estaba siempre cerca, más cerca que esta lenta agonía que he debido conocer en todo, este dolor y encanto de vivir en un mundo declinante y delirante. Hoy, ya cerca de los 70, mi memoria se encuentra colmada y pesa demasiado para no prevalecer sobre mis demás facultades. ¿Cuánto más voy a vivir, y para qué?... Me he convertido más en memoria que en presente y futuro; cuando miro, escucho, siento, pienso, sueño, camino, es ante todo mi memoria la que mira, escucha, siente, piensa, sueña, camina. No deja de ser una irónica paradoja que la memoria casi todo el tiempo sea mayormente olvido e inexistencia, acercándonos toda la vida a la conducta ignara de un niño sin recuerdos. La memoria invade el inconsciente de mis niveles corticales, pero mi conciencia de vigilia, mi persona actual, esta grandilocuente y delirante punta de iceberg, se cree y se vive tonta y autoritariamente a sí misma, y a todo, en una especie de iluminado presente eterno, sin pasado ni futuro, desarraigada de la factualidad del pasado incontestable, salvo cuando, por un esforzado intento—para recordar—escarba selectivamente y sin demasiada convicción en oscurecidos recuerdos.

Cuando rebusco atrás, lo más atrás de mi vida y mis recuerdos, aflora un ramillete de vívidas e intensas evocaciones. Al hacerlo, descubro que mis recuerdos de infancia siempre se han formado con referencia a una casa, mi morada. El primer recuerdo, grabado en mi memoria con un dolor y una intensidad inexplicables, se remonta aproximadamente a los siete meses de vida.[1] Es una imagen, como un video de algunos segundos transido de sufrimiento de adulto—justo como podría sufrir ahora, aunque no puedo—, no de un infante. Entonces vivía en un pequeño departamento rojo—alguna vez, ya mayor, lo vi desde la calle—en un bloque de departamentos en la Avenida Los Leones.[2] Una y otra vez esa imagen dolorosa—esos techos contemplados obsesivamente desde arriba—se despertó espontáneamente desde el fondo de mi memoria a lo largo de mi infancia y de mi vida. Eso es todo.

El segundo recuerdo alcanza a los dos años de edad. Para entonces vivíamos en otro pequeño departamento arrendado en el centro de Santiago, en la calle San Martín. Seguramente se trataba del cumpleaños de mi hermano mayor, porque visualizo a niños mayores que yo. Al igual que el primer recuerdo, se trata de una imagen que dura unos pocos segundos. Me encuentro en un patio interior junto con otros niños, jugando con un globo grande. De pronto, éste se me escapa de las manos y comienza a elevarse por los aires, mientras yo, con una desconocida sensación de curiosidad y tristeza, lo veo alejarse. Ésa ha de haber sido mi segunda experiencia significativamente existencial: cómo todo lo querido, todo lo que uno siente propio, obtenido para sí, se nos va una y otra vez de las manos, durante la marcha de la vida, alejándose y empequeñeciéndose hacia la inmensidad de “lo alto”, igual que la memoria. En ese mismo departamento grabé, además, otro de los recuerdos más lacerantes de mi infancia. Es posible que yo haya tenido entre dos y tres años. Esto es lo que yo llamaría un recuerdo reiterativo, anidado en lo profundo de mi sensibilidad y de mi inconsciente infantil, de la misma manera que se fijó mi primer recuerdo, por repetición diaria. ¡Qué sensación más angustiosa!, ¡cuánta sensación de desamparo y abandono! Yo por entonces dormía en la pieza de nuestra empleada, en una cama de frente por los pies a la de ella, debido a las necesidades de mi madre de cuidar y amamantar a mi hermano menor, de meses, por lo cual ella dormía junto con mi padre, con mi hermano mayor, y con la cuna del bebé, ya que no disponíamos más que de un solo dormitorio. No recuerdo haber sufrido por esa particular situación. Sin embargo, cada noche, casi todas las noches, después de que mi nana me acostaba, en la oscuridad yo gemía y suplicaba a viva voz, repitiendo y repitiendo sin parar: ¡Mamita, ven a decirme buenas noches!...  ¡Mamita, ven a decirme buenas noches!... A veces ella venía—según ella, más de lo que yo después recordaba—, me besaba en la frente y me decía: ¡Buenas noches!; pero la mayoría de las veces—así lo recuerdo—, después de un largo rato, yo acababa durmiéndome, abandonado en mi alma, ahogado hasta la anulación de la conciencia por el sueño y el dolor.

Entre los tres y cuatro años vivimos por primera vez en una casa, un bungalow en Avenida Simón Bolívar, frente al Colegio Santa Gema Galgani. Guardo de ella especialmente tres recuerdos vívidos. El primero, la escena en el patio trasero de la casa, jugando con mi hermano menor, de dos años, riendo, felices, mientras yo lanzaba piedras hacia el cielo y salíamos corriendo para alejarnos de ellas, hasta que una de ellas lo golpeó en la cabeza, hiriéndolo y haciéndolo sangrar. Creo que hasta entonces nunca había sentido miedo. Ahí lo conocí, junto con mi estúpida capacidad para dañar a un ser amado. Luego, el siguiente recuerdo es la imagen de mi cachorro de perro, todavía de meses, corriendo como un loco, cuando nos gritábamos entre dos cualquiera de nosotros, desde el patio trasero, a otro que se encontraba en la puerta que daba al patio delantero de la casa: ¡Listo, abre!... Al cachorro de perro pastor lo llamábamos Gulf, corría imparable por el largo pasillo de la casa hasta el patio exterior. Creo que lo dejábamos juguetear allí, o tal vez mi madre le ponía la correa para sacarlo a pasear. Sin embargo, mi recuerdo repetido acaba de una sola manera, todas esas carreras desenfrenadas terminando en un solo y único recuerdo: Gulf saliendo al patio exterior, Gulf logrando abrir la puerta que daba hacia la calle, Gulf escapándose feliz, para en seguida ser atropellado por un automóvil, y morir en la vereda, junto a nosotros. Mi primer animal amado. El tercer recuerdo en esa casa es doble, como superpuesto, porque se trata de dos experiencias para mí extrañas, inexplicables, amenazantes. Recuerdo llegar a casa junto con mi familia y encontrarnos, en dos ocasiones, con que habían entrado a robar en nuestra ausencia. Guardo sobre todo el recuerdo del desconsuelo y la desesperación de mi madre, y la rabia y la impotencia de mi padre. Guardo, desde mí, haber conocido allí una extraña sensación de maldad oscura, encubierta, malintencionada, invisible, impredecible y destructiva, como si todo, hasta lo más íntimo y propio, estuviese siempre accesible y amenazado por ella, hasta que aparece de la forma más inesperada y perturbadora. 

Nos volvimos a cambiar de casa. Desde los cuatro hasta los ocho o nueve años vivimos en un acogedor bungalow en Avenida Chile-España, con un gran patio que disfrutamos grandemente con mi hermano menor y cómplice. Guardo de esa estancia y vida muchos hermosos y nostálgicos recuerdos. Luego, a los nueve años, mis padres pudieron comprar al fin una casa con hipoteca, en Exequiel Fernández 1865. Desde allí en adelante son demasiados y de la más variada índole los recuerdos que guardo vívidamente, pues yo viví en ella hasta que me casé a los 30 años. Sólo debo hacer mención aparte y especial, los muchos y amados recuerdos de las estancias vacacionales cada año, de casi dos meses, que pasábamos los cuatro hermanos, junto con mis seis primos, con mi madre y sus dos hermanas, y los fines de semana—o mientras durasen sus siempre cortas vacaciones—también con los padres, en la casaquinta de mis abuelos en Llolleo, en ese tiempo un balneario con una extraordinaria e interminable playa, y un mar helado hasta salir con los labios morados y tiritando, con capas de olas encrespadas, azules hacia el horizonte. Probablemente esos períodos, vividos allí casi desde que nací, hasta más o menos los nueve o diez años, representan las vivencias y recuerdos más hermosos, más libres, más disfrutados, más acompañados y felices de mi vida.



[1] Describo este recuerdo en la publicación Techos (21/10/2012), de mi blog: https://rodrigoinostrozabidart.blogspot.com/2012/10/techos.html

[2] Mi madre me confirmó—sin que yo le hubiese preguntado nada—la veracidad del entorno y de la situación de abandono diario que yo experimentaba en ese tiempo, cuando ella y mi padre salían todo el día a trabajar, y yo quedaba al cuidado de una “empleada doméstica”, la cual—según el relato muy posterior de mi madre—le decía que yo no paraba de llorar cuando ella se iba, y yo me quedaba solo. Nunca le conté a mi madre este personalísimo recuerdo.